"La fluidez es la cualidad de algunos líquidos y gases —que a diferencia de los sólidos— no permite conservar a la materia su estructura cuando existe una fuerza tangencial y cortante, por lo tanto estos pueden modificar su forma cuando se someten a presión. Las moléculas de los fluidos mantienen una fuerza de atracción débil, lo que no les permite retornar a un estado sólido". Este fue el referente que utilizó el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman para acuñar el término que define la era en que vivimos como modernidad líquida. La analogía de los líquidos con nuestra actualidad es dada porque tanto los líquidos, como la sociedad, son amorfos y se modifican constantemente, fluyen y no permanecen. Este fenómeno se ha dado desde que el consumismo y las ideologías neoliberales han irrumpido en los campos económicos y sociales. Muchas prácticas lo ejemplifican: la desregulación bancaria, de mercados, la privatización, comercialización, el hiper-consumismo y sobre todo la velocidad con la que se vive
Bauman explica que la liquidez de nuestra época está anidada en que las cosas son fabricadas con una fecha de caducidad, donde lo único que importa es el constante cambio, lo que por consecuencia produce ansiedad. El sociólogo describe que este comportamiento de liquidez no sólo se queda en los estándares económicos sino que también se ha infiltrado en nuestra vida cotidiana. Las secuelas de estas conductas nos muestra la fragilidad en la que se han cimentado nuestros más íntimos sentimientos como el amor y el miedo —que por desgracia también se han tornado volátiles—. La vida liquida, como la define Bauman, ha desechado la perspectiva de futuro y provisión, para apropiarse de lo inmediato y lo ligero. La rapidez en nuestra existencia ha permitido que las relaciones humanas se basen en el aislamiento. Las poblaciones han adoptado maneras individualistas de coexistir antes inusitadas. Si el entorno y sus características cambian, el individuo se verá orillado a cambiar de la misma forma, aunque esto le sea imposible. Esto ha provocado el consumismo desmedido, no sólo de lo material, sino también de los intangibles humanos. Esto nos enfrenta a prácticas culturales que optan por explotar los sentimientos, deseos y anhelos para después expulsarlos junto con la persona, o vidas desperdiciadas según el filósofo.
Bauman explica que la liquidez de nuestra época está anidada en que las cosas son fabricadas con una fecha de caducidad, donde lo único que importa es el constante cambio, lo que por consecuencia produce ansiedad. El sociólogo describe que este comportamiento de liquidez no sólo se queda en los estándares económicos sino que también se ha infiltrado en nuestra vida cotidiana. Las secuelas de estas conductas nos muestra la fragilidad en la que se han cimentado nuestros más íntimos sentimientos como el amor y el miedo —que por desgracia también se han tornado volátiles—. La vida liquida, como la define Bauman, ha desechado la perspectiva de futuro y provisión, para apropiarse de lo inmediato y lo ligero. La rapidez en nuestra existencia ha permitido que las relaciones humanas se basen en el aislamiento. Las poblaciones han adoptado maneras individualistas de coexistir antes inusitadas. Si el entorno y sus características cambian, el individuo se verá orillado a cambiar de la misma forma, aunque esto le sea imposible. Esto ha provocado el consumismo desmedido, no sólo de lo material, sino también de los intangibles humanos. Esto nos enfrenta a prácticas culturales que optan por explotar los sentimientos, deseos y anhelos para después expulsarlos junto con la persona, o vidas desperdiciadas según el filósofo.
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